martes, 6 de julio de 2010

River Plate, mi amante y yo

(Por Hernán Díaz, alumno de 3º año) - Siempre se lo advertí, por River sería capaz de matar, incluso a aquellas personas de mi ámbito afectivo. Pero no por cualquier cosa, una cargada está bien, uno las soporta. Lo que me desató aquella noche fue lo que ella me hizo. Habían pasado meses de mi casamiento, amaba mucho a mi mujer, pero ella me volvió loco, tan loco que donde me encuentro ahora se lo debo a su falta de atención cuando le decía las cosas. Estoy loco, lo sé, pero se lo advertí, y no una vez, varias, hasta el cansancio.

Pasó algo que nunca tuvo que suceder. Me equivoqué, engañé a mi mujer. Desde el momento en que la engañé no pude dormir tranquilo. Para colmo tenía un departamento con mi amante en el barrio de Nuñez donde se encuentra mi amor eterno, River Plate, el que vivirá por los siglos de los siglos. Ella era muy posesiva, varias veces me insistía para que me separare de mi esposa y así poder formar una vida juntos. Al principio esas exigencias eran constantes, pero las evadía con alguna broma. No era nada fácil dejar a mi mujer. No me animaba, había cierta inseguridad que no me permitía hacerlo. Por un tiempo estos hostigamientos no aparecieron en nuestras charlas diarias. Mi mujer era única y preciosa en todo el universo me voy a arrepentir toda la vida de lo que le hice.

A medida que fui tomando conciencia de lo que se sentía ir a la cancha, me fui enamorando más y más de este amor que hoy me invade el cuerpo. Me ponía la piel de gallina oír el canto de la hinchada cuando uno llegaba al estadio, un canto que va desapareciendo en el aire. La gente que porta colores rojos y blancos y familias que con caras entusiasmadas esperan ver un gran espectáculo. ¡Como extraño eso!

Hace una noche el millonario jugaba la vuelta de la semifinal de la Libertadores contra Nacional de Montevideo y el primer partido nos favorecía claramente. Habíamos conseguido una gran victoria 1 a 0, y con el partido igualado en cero accederíamos a la final luego de quince años de malos tragos. Creo que me olvidé de mencionarlo en este relato, mi amante lastimosamente era de Boca, en realidad su familia era de Boca, ella no le daba mucha importancia al fútbol. Habitual en ella no le daba importancia a las cosas. Me dijo que íbamos a quedar eliminados y que al otro día Boca pasaría a la final y la ganaría. Le conteste que eso era imposible, que River no quedaría eliminado.

La noche de la gran semifinal había llegado, tomé mi camiseta firmada por el Enzo y salí de mi departamento, allí quedó mi amante. En los primeros pasos que dí en esa larga caminata de cuatro cuadras hacía el estadio lo primero que atiné a pensar fue “por favor que hoy no pase una desgracia” mis primeros sentimientos se conciliaban con el temor. Me fui cruzando con la gente que a decir verdad era demasiada. Éramos una gran masa de miedo y entusiasmo movilizándose hacía la verdad, estábamos a un paso de la tan deseada final.

Realmente no tengo palabras para describir lo que me tocó vivir aquella noche, los jugadores no estaban teniendo una buena actuación y los uruguayos nos atacaban constantemente, River no reaccionaba. El aliento de la gente era constante y en algunos momentos el estadio enmudecía por las llegadas claras de Nacional. Las tribunas estaban colmadas, y había olor a gol oriental. El primer tiempo había terminado, los suspiros fueron varios y duraron casi todo el entretiempo. Qué miedo teníamos, el equipo no reaccionaba, estaba dormido y la suerte estuvo de nuestro lado. El árbitro inició el segundo tiempo y las cosas se pusieron muy parejas. El técnico realizó un par de cambios. Encontró movilidad en el equipo generando jugadas peligrosas, pero la garra charrúa seguía fuerte e intentando encontrar el gol. Casi llegando al final del partido, aparece el gol de River y la noche fría en la que nos encontrábamos, se convirtió en un grito único, calentando las tribunas y devolviendo el color a nuestras caras pálidas. Clasificación faltando cinco. Contentos, cantando y llorando de emoción llegábamos a la final de la Libertadores.

Boca jugaba al día siguiente en el estadio de Jalisco contra las Chivas de Guadalajara. Había sacado una ventaja de dos goles en la Bombonera pero nadie daba por terminada la serie. Al otro día me levanté en la casa donde vivía con mi mujer, tomé el diario y vi en la tapa el título de: “Boca – River el encuentro final”, parecía más un título de algún libro, pero los periodistas siempre exageran las cosas.

No pude ir al encuentro de visitante, definiríamos en nuestra cancha, la ansiedad fue una compañera día y noche en la semana previa al primer choque. Iba de acá para allá, con mi amante por un lado, mi mujer por el otro. Recibía mensajes constantes de la familia de mi amante cargándome con algo así como, “les vamos a romper el culo gallina”. Ellos no sabían que yo era un hombre casado. Esos mensajes constantes eran simples cargadas. La noche del primer partido me encontraba con mi mujer mirándolo en casa, mientras mi amante me mandaba cargadas contra mi River querido.

No puedo creer lo que hice, entré en un estado de furia, defendiendo mis colores y mi pasión. Ella nunca me escucho, jamás lo hacía, se lo advertí. El primer partido estaba colmado de colores, la Bombonera era… como se puede decir, la Bombonera era como un inodoro en donde había una gran fiesta roja y blanca, y el aliento del hincha de River era constante y abrumador. Ese partido tuvo más peleas que goles, el millonario arrancó dominando la primer parte del partido. Teníamos una supremacía en jugadores respecto de Boca, pero ellos eran muy pícaros para jugar al fútbol. Un empate en cero selló el partido y creció el misterio para la gran vuelta en el Monumental.

A la mañana siguiente desperté y el diario más importante del país decía: “River a un paso de la consagración”. Todos lo daban por ganador, con su estadio y toda su gente a favor ¿cómo podía perder? Mientras recibía el cariñoso abrazo de mi mujer con un beso suave que me despedía hacia el trabajo, me preguntaba lo mal que estaba haciendo las cosas. Ella era la mujer de mi vida pero la estaba engañando con otra. Y además de cargar con eso en la conciencia tenía una nueva compañera, la ansiedad. No podía pensar en nada, solo lo que se me ocurría era imaginarme como terminaría el partido final.

La noche anterior al partido salí con mi esposa a comer a un coqueto restaurante que se encontraba en el barrio de Palermo. Llegamos y nos sentamos a la luz de las velas compartiendo una gran cena, en ese momento sus ojos me cautivaron y a lo largo de la noche me di cuenta de lo que era estar con esa mujer. Durante toda la cena pensaba el doble de lo que lo hacía comúnmente. Por un lado conversaba con la mujer de mi vida y por el otro imaginaba en como dejar a mi amante. Salimos y nos dirigimos hacía una heladería para terminar la noche en casa. Convencido en todo lo que había pensado, decidí terminar con esta locura y cortar la relación con mi otra mujer, aquella que no amaba. Y todo lo haría al volver de la gran final.

El día llegó y decidí no ir a trabajar, me comí las uñas hasta que se me terminaran. Almorcé con mi amante mientras le decía que necesitaba hablar con ella de algo importante. Como siempre, le restó importancia a mis palabras y me dijo que charlábamos terminado el partido. Me pareció perfecto, era justo lo que esperaba y además de la gran final era el día del adiós final a está mujer que me cautivó al principio y que con el tiempo me demostró que solo era un error.

Nuevamente salí de mi departamento, hice la larga caminata de cuatro cuadras hacía el Monumental. Se respiraba un aire tranquilo, la gente iba cantando y no veía la hora de que arranque el partido. Me ubiqué en la platea alta para tener una mejor vista sobre el terreno de juego. Todo era de River, la gente, las banderas, el estadio, los cantos, los papelitos y los fuegos artificiales que adornaban esa gran noche. Arrancó como el partido contra los uruguayos, nosotros sin tener el control de la pelota y con la fortuna de que no nos podían hacer un gol. El aliento de la gente se fue desvaneciendo al ver que el rival se asomaba cada vez más a nuestra área. La suerte se nos acabó, llegó el gol xeneize y con él un fantasma con la camiseta “otra vez será” me tocaba el hombro. De no creer, terminaba el primer tiempo y estábamos un gol abajo. Se escuchaba a la hinchada rival cantando, y nosotros esperando en la noche helada algún grito de esperanza.

Restaban 45 minutos, el millonario tenía que empatar el partido para forzar los penales, y lo consiguió. Gol! Gritaba el estadio, la palabra se elevaba hasta el cielo y nuestros rostros estaban más que contentos. La tribuna saltando y alentando a un equipo que quería ser campeón y del otro lado, Boca se encontraba totalmente golpeado. Al instante nos pasó algo de lo que nunca me voy a olvidar, es la herida en el corazón que nunca terminará de cicatrizar. El gol de nuestro clásico rival llegó en el tiempo de descuento, y ya no me rodeaba un fantasma sino varios. Boca ganó la Libertadores en nuestra cancha.

La tristeza embadurnó a toda la gente de River, salí del estadio y mi mente estaba en blanco. Ya no pensaba en la ansiedad, en mi amante ni en el error que me acosaba. Me fui a tomar una cerveza y llegué a mi departamento luego de dos horas finalizado el partido. Todavía se oía el grito de los hinchas xeneizes que se había quedado impregnado en nuestro estadio. Abrí la puerta del edificio, tomé el ascensor y marqué el quinto piso. Antes de abrir la puerta del departamento comencé a pensar en como le diría a mi amante que la iba a dejar. Finalmente tomé coraje, e ingresé, encendí la luz y todo el living estaba empapelado con banderas y afiches de Boca.

En ese momento una terrible tristeza me atacó y pronto se convirtió en odio y furia. De repente mi amante sale del cuarto con una camiseta de Boca y le grité cualquier barbaridad de cosas, ella pensó que no me iba a enojar cómo lo hice. Y finalmente cometí otro grave error, de querer reparar uno, cometí otro más grave. La ahorqué con mis manos, la sacudía mientras mi fuerza se multiplicaba hasta que finalmente cayó muerta en la alfombra. Rompí todas las banderas, todos los afiches y cuando terminé con lo que había comenzado me senté en el sillón esperando mi final.
Ahora, por culpa de un sentimiento que pocos pueden comprender, me encuentro entre cuatro paredes alejado del mundo exterior. Que suerte que todos los domingos tengo el televisor para ver a mi gran amor.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias Kokun.

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