jueves, 1 de julio de 2010

Mi hijo y el Piojo López

(Por Sandra F. Cavazzini, alumna de 2º año) - Cada vez que te nombro, a la gente se le escapa una sonrisa. Y sí, porque tu gesto es gracioso, y porque para muchos “no jugás a nada”. Pero te respeto desde otro lugar. Creo que los niños no se equivocan, y creí en Lucas, mi hijo, cuando tenía cuatro años y me dijo con su vocecita chillona: “Mamá, cuando sea grande, quiero ser futbolista como el ‘Piojo’ López”. Y, ¿sabés algo?, yo lo miré y también sonreí.

Él te conoció una tarde en la cancha, ¿dónde si no?, cuando me preguntó quién era el que corría rápido y pateaba siempre al arco. “El Piojo”, le respondí, “¿viste qué rápido es? Y desde entonces te convertiste en su ídolo, un ídolo del corazón al que Lucas eligió desde el primer momento. Y tal es así que hasta su peluquero se asombró el día que le dijo: “Cortame el pelo como el ‘Piojo’, Carlos”, el tipo me miró conteniendo la risa y, tijera en mano, intentó hacer algo en su cabecita llena de rulos.

Ese mismo año, 1996, mi morochito, menudo y de patitas chuecas empezó a dar sus primeros pasos en una escuelita de fútbol. El profe lo llamaba ‘Luqui’, hasta que un día al finalizar el entrenamiento, le planteó muy seriamente que prefería que lo nombrara de otra forma, y desde ese momento hasta hoy, cada vez que juega un partido, él también es el ‘Piojo’, y sus camisetas, siempre llevan esas cinco letras en la espalda además de en el corazón.

Corría ese mismo año, y seguíamos a Racing a todas partes, no podés imaginarte lo que mi piojito enrulado gritó tu tercer gol a Ferro en Caballito, o el que le metiste a los Xeneizes cuando no pudieron campeonar, y terminaste sentado en el travesaño, saludando, siendo ovacionado. Ahí estaba Lucas. ¡Cómo lloró cuando le contamos que te ibas a jugar a otro país!, entre lágrimas sollozaba que no te iba a ver más.

Y te fuiste nomás, y en la medida que fue creciendo, Lucas empezó a buscar tu nombre en diarios y en programas deportivos, empezó a recortar y pegar en una carpeta los artículos que te mencionaban, empezó a reivindicarte como su ídolo más allá del tiempo y la distancia, de los logros o fracasos, sin dejar de arrancar sonrisas a su paso. ¡Ah, me olvidaba! Todavía conserva entre sus cosas, un muñequito tuyo de una colección de jugadores de Argentina.

Pero tal vez, lo más emotivo del caso empezó una tarde de 2007. Ese día volvía a casa del trabajo y, mientras abría la puerta, Lucas, entonces de 15 años, con sus rulos más largos y con su barbita incipiente, me recibió a los gritos: ¡Mamá!, ¡vuelve el ‘Piojo’ a Racing! Después de los abrazos, buscamos juntos la noticia en diferentes medios, y la alegría fue la reina esa noche. A la hora de la cena sonó el teléfono varias veces, y, aunque parezca una locura, todos los llamados eran para felicitar a Lucas porque volvías.

A partir de ese instante, no veíamos la hora de verte de vuelta en el césped, así que cada fin de semana, de local o visitante esperábamos tu regreso, hasta que por fin sucedió. A pesar de que era una fija que entrabas ese día, llegamos a Avellaneda y el morocho estaba nervioso, yo sabía por qué era, así que no le pregunté nada. Ojalá hubieras visto la expresión de su cara cuando te paraste del banco ante el llamado del profe, y empezaste a trotar y a moverte al lado de la línea blanca.

El partido pasó a segundo plano, sus ojos llenos de lágrimas estaban posados en tu figura, te lo juro, y me abrazó tan fuerte que todavía lo recuerdo. La Guardia pareció hacerse eco de su sentir y empezó a corear el conocido: “Olé, olé, olé, olé, Piojo, Piojo”, y él, entre risas y llanto cantó hasta que entraste. Cada pelota que tocaste fue un elogio, y cada centro que tiraste con tu zurda mágica se convirtió en una fiesta. Ese día y el resto de los que estuviste vestido de blanco y celeste, él estuvo ahí, para vivarte, sin importarle lo que el resto pensaba, sin prestar atención a lo que los otros decían.

Nunca pudo tenerte frente a frente, pero quiero que sepas que no pierde las esperanzas. Por la alegría de mi hijo, por sus risas y sus lágrimas, porque sos su ídolo y lo seguirás siendo, y, porque los chicos no se equivocan, te digo: “Gracias Piojo, hasta siempre y ojalá mi piojo algún día llore al abrazarte”.

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