martes, 13 de julio de 2010

Gracias Titán

(Por Nicanor Olivetto) - Y, si. Tenías que ser vos, Martín. Estaba como predestinado, vos estás hecho para ese tipo de cosas, otro no lo habría podido lograr. Encima fue debajo de la lluvia y en el último minuto. Solamente vos, Martín Palermo, el que firmó un contrato eterno con el gol.
Todavía recuerdo la ansiedad que me comía la cabeza desde Estados Unidos mientras la selección argentina se jugaba la clasificación al mundial contra Perú en Buenos Aires. Recuerdo la habitación del hotel donde me hospedaba: una luz intencionalmente tenue que se regulaba desde una perilla; un escritorio y sobre él una computadora portátil que luchaba para que no se le cayera la conexión a Internet. Yo miraba la pantalla que tenía el logo de Radio La Red como si pudiera ver al relator cuya voz salía por los parlantes.

Habían pasado treinta del primer tiempo cuando sintonicé el partido, eso recuerdo. Argentina ganaba 1 a 0 y el comentario que me hacía viajar de Norte América hasta la cancha de River indicaba que allá la tormenta no dejaba distinguir que jugador era quien.

Recuerdo también que me puse contento cuando escuché que vos entrabas en algún tramo del segundo tiempo, ahora no me viene a la mente cuanto había transcurrido del partido, te pido perdón por eso Martín. La realidad es que esa selección -la que jugó las eliminatorias para entrar al mundial 2010- no transmitía seguridad, y la diferencia de un gol no bastaba. Por eso imagino que el técnico te mandó a la cancha, Titán. Pero también puedo recordar que le salió el tiro por la culata, como se dice vulgarmente, y ese equipo peruano que no se jugaba nada más que amargarle la alegría a un equipo –y a un país-, empató el partido cuando este contaba segundos para arriba y ya se había cumplido el tiempo reglamentario. ¡Qué decepción! nos quedábamos casi afuera, colgando de un hilo. Allá, donde yo descansaba tranquilo, a miles de kilómetros hacia el norte, traté de no hacerme tanto problema, Palermo.

Pero era imposible, si justamente gente como vos hace que a personas como uno el fútbol le llegue al corazón y le humedezca los ojos. Lloré, si. Daba bronca, daba impotencia, daba curiosidad (¿Por qué mierda cuando un equipo atacaba a ese modelo 2009 del nuestro parecía ser gol rival?).

Recuerdo que vos largabas sangre por tu nariz como si esta fuera una botella de vino tinto en navidad. Habías chocado con el arquero cuando apenas ingresaste al campo de juego. Pero es imposible que cosas como esta te afecten a vos, Martín, al hombre que metió su gol número cien con los ligamentos de la rodilla rotos, al hombre que una semana después de la tragedia más dolorosa que puede sufrir una persona metió dos goles, al hombre que tantas veces se cayó y se levantó. No, un golpe en la cara no te iba a detener.

Y allá fuiste, a pescar aquella pelota empapada que pasó entre tantas piernas hasta llegar a la tuya, que la empujó hacia adentro del arco vacío. ¡Qué me importa si fue offside y no lo cobraron! Ahora íbamos a Uruguay tranquilos (bah, ustedes), sabiendo que por lo menos, si perdíamos, jugábamos un repechaje fácil y sacábamos pasaje a Sudáfrica, al mundial.

Por esto quiero agradecerte Martín Palermo, por hacer viajar la pasión, y lograr que esta traspase fronteras internacionales. Jamás me voy a olvidar tu imagen –que la tuve que buscar en un portal de video desde yanquilandia- gritando el gol con el torso desnudo recibiendo litros de agua de lluvia. Tampoco me voy a olvidar de lo que gritabas mirando hacia el cielo: “¡Gracias!”. Y te digo la verdad, aunque había varios delanteros en mejor nivel que vos para llevar a la Copa del Mundo, me puso muy contento que hayas ido a Sudáfrica. Gracias Martín Palermo, muchas gracias.

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